Si en el mundo se premiara el aprovecharse de momentos precisos para obtener beneficios propios, los chilenos, sin lugar a dudas, estaríamos en el podium, porque cada oportunidad que se nos presenta se recibe como si fuera la última, sabemos ciertamente del daño y la pérdida que estamos causando, pero hay una pequeña cuota de satisfacción que permanece en nuestro interior.
Ese depredador atento a atacar en cualquier momento se personifica diariamente en distintos ámbitos de nuestra vida, para adentrarnos a este tema sólo cabe recordar la connotada vieja de la mesa que disfrutó de sus 15 minutos de fama durante las movilizaciones estudiantiles del pasado año, por lo tanto la situación que se vive hoy con el transantiago no es una mera coincidencia, si no que responde a un extenso currículum que se desarrolla a lo largo de nuestra historia y de la independencia como país.
Creo firmemente que estas prácticas truchas se aplican desde que uno tiene noción de las cosas, cuando pequeño y existe la posibilidad de poseer cosas en forma gratuita, como globos, o las famosas cajas sorpresa, con las figuras de plástico en su misterioso interior, es posible encontrarse con el agente que pretende apoderarse de más de una sorpresa para ostentar de aquel maravilloso deleite. O cuando se reparten dulces, todos hacen lo posible y lo imposible por conseguir la mayor cantidad de caramelos, por supuesto que el balance son caries seguras por los próximos dos meses.
Lo más extraño de estos actos, es que son verdaderas pequeñeces, a veces ni siquiera se notan, pensar simplemente en el trabajo, ya es descubrir miles de estos mini delitos, como la sustracción de hojas de oficio, clips, pegamento, gomas, lápices, gorros, poleras, encendedores, estuches, mochilas todos con logotipos de la pega, y un sinnúmero de muchos otros extravagantes y raros artículos que al final no son de mucha utilidad, además para qué mierda se necesita tantos.
Es tan normal de nosotros la conducta del “caga no mas”, es tan chilena, tan nuestra que la proyectamos, la adoptamos como uno de los tantos juegos típicos chilenos, como el emboque, la rayuela y el volantín. Es uno de nuestros pocos comunes denominadores que forman parte de nuestra desconocida pero innegable idiosincrasia.
Realmente todos creemos que esas pequeñas oportunidades cumplen con nuestra dulce venganza, pues tantas veces que los profes nos han partido, los jefes nos han cagado, las empresas con los altos precios, el impuesto a todo más si se trata de la cultura, los libros, la música, los juguetes, la ropa, los útiles escolares, la comida, el copete, la bencina y tanta mierda más que nos siguen metiendo y cagando unos pocos señores de infladas billeteras importadas.
Por todos estos martirios, pensamos que los cagamos de vuelta, pero creo que verdaderamente nos estamos cagando entre nosotros. En el banco, en el supermercado y en cualquier otro negocio, si a la hora de pagar nos damos cuenta que salimos ganando y nos llevamos a casa más dinero del presupuestado o simplemente nos estamos llevando cosas gratis, por un descuido del vendedor, después de llegar a nuestro hogar y sentarnos en nuestro sillón de pensar, afirmamos que le devolvimos la mano a los mismos que nos estafan a diario y claro, se presenta la cuota de satisfacción: “al que me está jodiendo la vida, yo se la jodí un milímetro”, pero que equivocados estamos, porque al que realmente cagamos fue al cajero o la persona encargada de vendernos lo que queríamos, y a él es a quien le descontarán de su sueldo (acorde al de la mayoría), lo que no pagamos nosotros y llegará a su casa con un enorme odio, que servirá para perfeccionar su afán de cagar, y así la rueda seguirá girando y se sigue con el transantiago, con el estado y con todos.
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