Automáticamente mis ojos se abren, una luz tenue se asoma por los rincones de mi ventana, el aire es espeso, me siento sobre mi cama y mis pies descalzos se estremecen suavemente con la alfombra, dudo, creo que pasa un minuto, quizás dos o tres, se asoma la sed y arriesgarme se va haciendo una alternativa cada vez más tentadora, dudo más, pero el frío de la habitación me sugiere tomar una decisión en forma veloz, me decido, la alfombra se repliega ante mi cuerpo quieto y me dirijo a paso lento hacia el baño. En el trayecto alucino con canciones añejas que seguramente aparecieron en mis sueños durante la noche, y una sonrisa se pasea por mi cara evocando algunos de los tantos buenos chistes que escuché ayer. Mi saliva es otro asunto, espuma espesa, es efervescente agua sobre mi lengua, un mar de olas secas, que socava con los restos de comida, cerveza, ron y tabaco que consumí esta madrugada, pero no los desaparece, es molesto, tanto como ese estridente silbido que se percibe después de una ruidosa salida nocturna. Durante mi viaje logro apreciar brisas de buen clima en las afueras de mi hogar, mientras la sed me grita, mi vista un poco torpe tambalea y de reojo divisa los estáticos cuadros que penden de la pared, los reconozco, claro, han estado allí desde que tengo memoria, pertenecen al mismo barrio, aunque a veces, muy pocas veces se cambian de hogar, y en este instante, sólo en este instante me doy cuenta que son hermosos, y trato de esculpir ese momento, para algún día de estos, detenerme por un largo rato frente a ellos para disfrutar de su encanto. Sigo mi rumbo e ignoro que me espera en el siguiente paso, la verdad es que lo sé, estoy en el umbral de mi meta, vuelvo a dudar, introspecciono la falta de líquido en mi garganta y reafirmo mis ganas de sed. Llego a puerto y escupo directamente al lavadero, con inseguridad doy vueltas a la llave que demora unos siete u ocho segundos en proporcionarme agua, a su lado se encontraba la otra lagrimeando, pidiendo compasión, y la contemplo por unos cuantos segundos, luego lógicamente recuerdo mis verdaderas intenciones y me acerco raudo hacia el chorro mas grande para beber con vehemencia y saciar mis anhelos de sed.
En el trayecto de vuelta a la habitación no surgieron grandes travesías, salvo un par de picazones en la parte media del muslo izquierdo que fue repentinamente apaciguada por mis carcomidas uñas, además de palpar esa indescriptible sensación de pisar a pies desnudos la cerámica. Vuelvo a mi aposento, la cama es otro vicio, no, más bien un refugio, allí no hay afuera, es un mundo aparte. Fotografías de la noche vienen de sorpresa, borrosas, aunque no recuerdo haberme emborrachado, y se esfuman tal como se fueron. Me interno nuevamente entre frazadas y mi cabeza queda propensa al espacio y sus sabores, no soy diestro para dormir, prefiero relajarme, cerrar los ojos y pensar en algunas cosas, para que mentir, pienso en la mujer de mis sueños, no la busco porque ya la tengo, y en eso pienso, ansío con furia tenerla a mi lado, mientras invoco su olor, retrato su espalda desnuda entre mis sábanas, sé que duerme y sueña, y yo estoy en sus sueños, pero también sé que al despertar no lo recordará, pero eso no me atormenta, ciegamente soy el hombre de sus sueños. Abro los ojos y dejo una minúscula abertura para la visión, se aproximan unas gigantescas ganas de encender la luz, para seguir mirando de la forma que miro ahora, pero esta vez con dirección a la ampolleta amarilla y poder apreciar los destellos que expela, para luego jugar con sus tonalidades, movimiento y grosor.
En eso pienso. Simplezas, patrañas, en algún instante son trascendencias, todo en una mañana, creo, aún no me aseguro de la hora exacta, pero creo que saberla será una mayor aventura.
En el trayecto de vuelta a la habitación no surgieron grandes travesías, salvo un par de picazones en la parte media del muslo izquierdo que fue repentinamente apaciguada por mis carcomidas uñas, además de palpar esa indescriptible sensación de pisar a pies desnudos la cerámica. Vuelvo a mi aposento, la cama es otro vicio, no, más bien un refugio, allí no hay afuera, es un mundo aparte. Fotografías de la noche vienen de sorpresa, borrosas, aunque no recuerdo haberme emborrachado, y se esfuman tal como se fueron. Me interno nuevamente entre frazadas y mi cabeza queda propensa al espacio y sus sabores, no soy diestro para dormir, prefiero relajarme, cerrar los ojos y pensar en algunas cosas, para que mentir, pienso en la mujer de mis sueños, no la busco porque ya la tengo, y en eso pienso, ansío con furia tenerla a mi lado, mientras invoco su olor, retrato su espalda desnuda entre mis sábanas, sé que duerme y sueña, y yo estoy en sus sueños, pero también sé que al despertar no lo recordará, pero eso no me atormenta, ciegamente soy el hombre de sus sueños. Abro los ojos y dejo una minúscula abertura para la visión, se aproximan unas gigantescas ganas de encender la luz, para seguir mirando de la forma que miro ahora, pero esta vez con dirección a la ampolleta amarilla y poder apreciar los destellos que expela, para luego jugar con sus tonalidades, movimiento y grosor.
En eso pienso. Simplezas, patrañas, en algún instante son trascendencias, todo en una mañana, creo, aún no me aseguro de la hora exacta, pero creo que saberla será una mayor aventura.
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